03 julio, 2006

Henry Ford: El Primer Nazi Americano

Desde antes de que la extrema derecha ascendiera al poder en Alemania, cuando el país se encontraba en ruinas tras la Primera Guerra Mundial, ya había un hombre tan famoso como poderoso al cual los incipientes Nazis de aquél entonces volteaban para obtener de él inspiración y ayuda. Pero este hombre no era un alemán, ni siquiera era un europeo. Era un industrial norteamericano cuyos talentos innovadores en el área industrial nadie pone en tela de duda. Pero su innegable genio en las áreas de manufactura y administración de negocios terminaron siendo opacados por una faceta obscura en su personalidad. Hablamos de Henry Ford, el empresario norteamericano que hizo realidad la producción en serie de automóviles bajo el revolucionario concepto de la división del trabajo llevándole a cada trabajador a su área asignada -por medio de una banda móvil o una cadena transportadora- las piezas sobre las cuales debía efectuar una operación de ensamble, siempre la misma operación para cada trabajador especializándolo en su propia área:





Él fue el verdadero creador de la línea de ensamble. A él se le debe el abaratamiento de los costos de producción para permitirle a las masas la adquisición de productos que de otro modo habrían estado fuera del alcance de muchos. Su primer éxito fue el carro modelo “T”, tras lo cual su emporio industrial empezó a crecer a pasos agigantados.

Henry Ford se veía y se presentaba a sí mismo como el típico norteamericano WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant - Blanco, Anglosajón y Protestante) nacido en un poblado norteamericano típico de muchos de su época. Al igual que otros como él, creció en un país en el cual la Guerra de Secesión había dejado heridas profundas que no lograron sanar del todo. Como tal, desde joven tenía una actitud de moderada tolerancia hacia los negros, considerados racial y socialmente inferiores por los blancos en aquellos días, reprimidos en sus reclamos de derechos por fraternidades secretas como el Ku Klux Klan (organización norteamericana secreta creada después de la Guerra de Secesión, originalmente anti-negros , después anti-judíos, y más recientemente anti-inmigrantes, sobre todo mexicanos y latinoamericanos en general). Y si a los negros los toleraba e inclusive les daba empleo en sus fábricas, Henry Ford tenía una animadversión nata hacia los judíos. Jamás ocultó tampoco su repudio hacia el sindicalismo (sospechaba que los sindicatos laborales eran afines a los objetivos del comunismo, enfrentándolo al riesgo de que pudieran tratar de quitarle sus fábricas), lo cual lo demostró con creces con su empleo de rufianes para reprimir y sofocar los reclamos de sus propios trabajadores, para lo cual contrató los servicios de la agencia de detectives Pinkerton, más conocida en aquél entonces por sus habilidades para destruír sindicatos laborales que por sus habilidades para resolver misterios. Y en lo que no deja de ser una paradoja en el hombre que innovó el concepto de la producción en masa, también se opuso a varios símbolos de los cambios culturales y sociales alrededor de él, tales como las películas de Hollywood, las guarderías infantiles, la regulación gubernamental de las grandes empresas, la inmigración de la Europa Oriental, y las nuevas modas en la música y el vestido. De hecho, para todas las otras cualidades que lo distinguían, el reclusivo Henry Ford era un hombre desconfiado, cargado de prejuicios, que sospechaba de todos los que lo rodeaban. Esta sería una actitud que lo seguiría por el resto de su vida.

De 1910 a 1918, Ford fué volviéndose cada vez más anti-inmigrante, más anti-sindicalista, más anti-licor, y sobre todo, más anti-judío. Algunos historiadores sostienen que la gratuita animadversión de Henry Ford hacia los judíos tuvo sus orígenes desde su infancia con su lectura escolar de una serie de libros muy populares en aquél entonces titulados “McGuffey Readers”, elaborados por un fundamentalista cristiano ultraconservador, el Reverendo William Holmes McGuffey (profesor de “filosofía moral” en la Universidad de Virginia de 1845 a 1873), los cuales contienen muchas referencias denigrantes hacia las minorías étnicas y religiosas (los indios nativos Americanos son identificados como “salvajes”). Los libros están repletos con imágenes negativas al referirse a los judíos y al judaísmo, y McGuffey no dudó en tachar a todos los judíos con la estereotipada imagen de codiciosos e inmorales. Inclusive la veneración judía hacia la Torah es denigrada por McGuffey. “McGuffeylandia”, la versión moralística del mundo según el Reverendo McGuffey, ha sido descrita como el mundo ordenado y rígido conjurado para infundir los hábitos de lectura en millones de niños norteamericanos en edad escolar del siglo 19, en una época en la que el influjo de inmigrantes judíos era visto con sumo recelo (al igual que en el tercer milenio el influjo de mexicanos indocumentados es visto con resentimiento por amplios sectores de la sociedad norteamericana).

En 1919 Henry Ford compró un periódico, el Dearborn Independent, y contrató a William J. Cameron, un conocido periodista, para que le escribiera una columna en dicho periódico a su nombre. Eventualmente, Ford llegó a convencerse a sí mismo sobre la existencia de una conspiración mundial judía para apoderarse del planeta, culpando a “poderosos financieros judíos" por haber fomentado la Primera Guerra Mundial para así poder enriquecerse con las ventas hechas a todas las partes en conflicto (esta fantasía fue tomada por los incipientes Nazis alemanes para culpar a los judíos por la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial), al mismo tiempo que sospechaba que comerciantes judíos con franquicias para la venta de automóviles estaban conspirando para perjudicar las políticas sobre la venta de automóviles de su empresa Ford Motor Company. Y usó su propio periódico, el Dearborn Independent, para desahogar todas sus sospechas y suspicacias en contra de los judíos, como podemos verlo en la página frontal de la edición de dicho periódico correspondiente al 6 de agosto de 1921:





en donde la nota central es “El Jazz Judío -Música Imbécil- se Convierte en Nuestra Música Nacional” (pese al injustificado odio de Ford hacia el Jazz, a casi un siglo de distancia al Jazz se le reconoce ahora como la música clásica norteamericana, y aunque hubo talentosos músicos judíos -americanos muy prominentes como George Gershwin-, que destacaron ampliamente en este género musical, el pretender darle a los judíos todo el crédito y el mérito exclusivo por la creación del Jazz es pretender -sin intención de ofender- darles un crédito que no se merecen, ello sin menosprecio a las grandes aportaciones hechas por sus mejores talentos al Jazz). Si por Henry Ford hubiera sido, el Jazz no existiría en nuestros tiempos ya que habría sido proscrito al igual que las bebidas alcohólicas en los tiempos de la prohibición en los Estados Unidos. A lo largo de un año, el editor del Dearborn Independent, Charles Pipp, se estuvo resistiendo y oponiendo a la publicación de las diatribas anti-semíticas (e infundadas) de Ford, hasta que terminó por presentar su renuncia en mayo de 1920 en señal de protesta, tras lo cual Ford le dió el puesto a su columnista personal, William J. Cameron, el cual empezó a publicar una serie de artículos bajo el título “El Judío Internacional: El Mayor Problema del Mundo”. De este modo, el reclusivo (¿y paranoico?) Henry Ford, sentado en el escritorio de su empresa, se inventó a sí mismo la historia sobre una gran conspiración mundial judía para apoderarse del planeta. Una vez “descubierta” la conspiración, había que encontrar las pruebas para demostrar que existía, para lo cual Ford movilizó los enormes recursos financieros con los que contaba, así como la ayuda de su (bien pagado) secretario personal Ernest Liebold, el cual a su vez contrató a investigadores de inteligencia militar ya jubilados con el fin de complacer a Ford. Y así, los mejores detectives que el dinero de Ford pudiera comprar se pusieron a escarbar aquí y allá para tratar de armar una historia creíble, o al menos justificar los sueldos que estaban percibiendo. Tras 18 meses después de la renuncia del editor del Dearborn Independent, los artículos publicados bajo el título “El Judío Internacional” fueron recolectados y puestos en un libro:





Los intentos para la justificación de los motivos del libro llegaron a tales extremos que los investigadores contratados por Henry Ford “descubrieron” evidencias (jamás mostradas) de que el Presidente norteamericano Woodrow Wilson recibía “órdenes secretas” por la vía telefónica (¿?) del Ministro de Justicia Louis Brandeis, y que un “miembro judío de la Reserva Federal” personalmente había echado a perder los planes de Ford para la compra de minas de nitrato del gobierno federal.

Mucho más importante es el hecho de que algunos meses después de que la serie de artículos “El Judío Internacional” comenzaron a aparecer en el Dearborn Independent, los detectives contratados por Ford lo introdujeron a una emigrada de Rusia, Paquita de Shishmareff (casada con un aristócrata de la Rusia Zarista, escondida también bajo el pseudónimo Leslie Fry que utilizó para escribir en los Estados Unidos el libro anti-judío sensacionalista Waters flowing Eastward repleto de falsedades y mentiras directas -mezcladas con unos cuantos datos históricos tan ciertos como intrascendentales para darle algo de credibilidad a la totalidad del libro- que parece haberle dejado buenas ganancias), la cual lo introdujo a una copia de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, un documento apócrifo elaborado por agentes de la policía secreta del Zar (la Okhranka), el cual supuestamente contenía el resumen de una serie de acuerdos secretos tomados por ciertos “líderes judíos europeos” (sin dar nombre alguno) detallando los planes para una conspiración encabezada por judíos banqueros y revolucionarios comunistas para derrocar a los gobiernos europeos. Se dá por hecho que este documento vil fue elaborado para desviar la atención pública del pueblo ruso de los graves errores cometidos por el tambaleante gobierno zarista, enfocando la atención sobre los judíos a través de propaganda prefabricada (y los Protocolos de los Sabios de Sión no fueron ciertamente el único pecado en que incurrió la Okhranka para utilizar a los judíos como chivos expiatorios, se pueden mencionar otras fabricaciones burdas como el juicio llevado a cabo en contra de Menahem Mendel Beilis). El material, pese a que poco tiempo después se descubrió que era el producto de un burdo plagio inspirado en una sátira francesa, fue tomado de inmediato para "inspirar" los artículos anti-judíos que estaban apareciendo en el Dearborn Independent y que después pasaron a formar parte del libro de Henry Ford. “El Judío Internacional” fue rápidamente traducido al alemán por el feroz antisemita Theodor Fritsch (1852-1934):





autor del famoso “Handbuch der Judenfrage” (Manual de la Cuestión Judía, 1896) tan usado después por los Nazis como referencia propagandística, y ya para 1922 la traducción del libro de Ford había alcanzado 22 ediciones. Theodor Fritsch es también el mismo propagandista que elaboró el “Catecismo Antisemita” (publicado por Herrmann Beyer Verlag en 1887):





que seguramente les sirvió como fuente de inspiración a los ultraderechistas radicales “Tecos” de la Universidad Autónoma de Guadalajara para la elaboración de su más modesto “Catecismo Nacionalista”.

En cuanto las primeras copias traducidas al alemán del libro de Henry Ford comenzaron a circular en Alemania, de inmediato le empezaron a meter ideas en la cabeza a individuos como Adolph Hitler, quienes asimilaron todo los materiales sin ningún tipo de análisis crítico. Después de todo, dada la fama de la que gozaba en Alemania un industrial norteamericano de la talla de Henry Ford, dado su enorme prestigio, ¿por qué habrían de dudar de él?, ¿por qué habrían de ponerlo en tela de duda?, ¿por qué alguien como Ford habría de mentirles? Si alguien como Ford lo decía, eso era más que suficiente para tomarlo como una verdad absoluta, incuestionable. A partir de estos eventos, es cuando comienzan a nacer no sólo en Alemania sino también en otros países como Italia e inclusive los Estados Unidos los movimientos que hoy conocemos como de extrema derecha, la ultraderecha. Estos son precisamente los documentos que la nutrieron en el ayer, y que la siguen nutriendo hoy.

El libro “El Judío Internacional”, como ya se dijo, es una reimpresión de los artículos anti-judíos de Ford que estuvieron apareciendo en el Dearborn Independent, y consta de cuatro secciones:

(1) El Judío Internacional (20 artículos)

(2) Actividades Judías en los Estados Unidos (42 artículos)

(3) Influencias Judías en la Vida Americana (61 artículos)

(4) Aspectos del Poder Judío en los Estados Unidos (80 artículos)

El libro aparece aún publicado y se puede consultar en varias páginas disponibles en Internet, motivo por el cual no se repetirá aquí el contenido. Cualquiera que lea el libro sin haberlo leído previamente, ocultándosele toda mención sobre el autor, podrá terminar convencido de que el libro fue producido por alguien afín al Partido Nazi en Alemania, y posiblemente quedará sorprendido al enterarse de que la publicación del libro (1920) de hecho precedió por ocho años el ascenso de Hitler al poder en Alemania (1928). En efecto, Henry Ford resultó ser el gran maestro de Hitler, el gran iniciador de la causa del Nazismo alemán.

El lector es invitado a leer por sí mismo, o cuando menos hojear, el libro “El Judío Internacional”, pero de antemano se le hace una advertencia que debe tomar con toda seriedad: mucho de lo que el libro contiene son citas sacadas fuera de contexto (por ejemplo, si un prominente historiador judío dijo “para que nuestra presencia en este planeta sea trascendentalmente benéfica, debemos conquistar el mundo con el buen ejemplo y la pureza de nuestra fé” entonces el historiador será citado textualmente pero lo único que se pondrá de él será la frase “debemos conquistar el mundo”, lo cual le dá un giro de 180 grados al significado), o señalamientos para los cuales no se presenta evidencia documental alguna, o de plano acusaciones e invenciones que bien podrían haber salido de las filas de una organización racista norteamericana como el Ku Klux Klan, y para muestra basta lo siguiente tomado de los artículos que forma parte del libro de Henry Ford:

“Una introducción a Los Protocolos Judíos
Esta es una referencia directa al libelo apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión.
(primera sección, artículo 10)

“Los apostadores judíos corrompen el beisbol norteamericano”
(tercera sección, artículo 45)

“El aspecto judío del problema de las películas
(segunda sección, artículo 31)

Una de las primeras cosas que hicieron los detectives contratados por Henry Ford para substanciar sus historias fue hacer una lista de todos aquellos judíos-norteamericanos que por méritos propios hubieran destacado en las artes, en las finanzas, y en la política. Hecho esto, el paso siguiente fué quitarles el mérito y adjudicar los éxitos logrados por ellos a la obediencia ciega al “plan judío para la conquista planetaria”. Usando esta lógica, también se podría construír un argumento similar para acusar a los mexicanos de querer apoderarse de los Estados Unidos (de hecho, grupos paramilitares norteamericanos como los Minutemen alegan que el éxodo masivo de millones de mexicanos indocumentados hacia los Estados Unidos es parte de un plan secreto para que México por la fuerza de los números pueda reconquistar el territorio que le fué arrebatado). También se podría usar un argumento similar para acusar a los fundamentalistas islámicos de querer llevar a cabo la conquista del mundo. Lo malo es que, si las patrañas están bien urdidas, hay quienes terminan creyendo en las historietas.

Para darnos una idea sobre cómo trabajaba la mente de Henry Ford, echemos un vistazo sobre una perspectiva moderna de una práctica que él contribuyó a popularizar enormemente en los círculos de la extrema derecha, y para ello vamos a partir de algunos hechos ciertos, verificables. Tomemos los nombres de varias personas conocidas. Estas personas cambiaron -sospechosamente, muy sospechosamente- su verdadero nombre por otro, como si quisieran ocultar algo. Así tenemos que el verdadero nombre del famoso boxeador negro Muhammad Ali era en realidad Cassius Marcellus Clay. Y el verdadero nombre del famoso abolicionista negro Frederick Douglass era Frederick Augustus Washington Bailey. Del mismo modo, el famoso soldado y escritor inglés Thomas Edward Lawrence (mejor conocido como Lawrence of Arabia) cambió su nombre por el de T. E. Shaw. Y el también escritor inglés Lewis Carroll (autor del libro Alicia en el País de las Maravillas) se llamaba realmente Charles Lutwidge Dodgson. Otro inglés famoso, el actor Cary Grant, no se llamaba así. Su verdadero nombre era Archibald Alexander Leach. Asimismo, el verdadero nombre de la famosa actriz Rita Hayworth era Margarita Carmen Cansino. Por otro lado, el actor mexicano Mauricio Garcés se llamaba realmente Mauricio Férez Yásbek. Y el conocido político mexicano Porfirio Muñoz Ledo, nacido en la Ciudad de México el 23 de julio de 1933, se llama realmente Joshua Rabinovich Menashri, descendiente de una familia de judíos sefarditas españoles.

Todo esto es sospechoso, muy sospechoso. ¿Por qué otra razón habrían de cambiar sus nombres si no para ocultar algo muy gordo, algo muy siniestro en lo que están o estaban metidos? Sí, eso debe ser, sin lugar a dudas. Todos ellos deben formar o haber formado parte de una conspiración, de un gran complot para algo tan odioso y tan grandioso como ... ¡apoderarse del mundo! Pero a nosotros no nos engañan con su cambio de nombres, porque somos demasiado listos para ellos, los tenemos muy bien ubicados.

Esta es precisamente la lógica utilizada por Henry Ford. A continuación se presentan algunos extractos relevantes del artículo 70 de la cuarta sección del libro “El Judío Internacional”, un artículo publicado en el Dearborn Independent en su edición del 12 de noviembre de 1921:

El Gentil Arte de Cambiar Nombres Judíos

Los hermanos Madansky -Max, Salomón, Benjamin y Jacobo- han escrito que sus nombres de aquí en adelante serán Mayo. Es un buen viejo nombre Anglo-Sajón, pero los Madanskys son de origen asiático. (Se supone que este es un ejemplo hipotético inventado por Ford con personajes ficticios que nunca existieron.)

Elmo Lincoln, un actor de cine (¡el actor original de las películas de Tarzán!):





llega a una corte de Los Angeles a petición de su esposa, y se descubre que es únicamente Otto Linknhelt. (El "descubrimiento en la corte" del nombre original de Elmo Lincoln es una falsedad de Henry Ford. El actor Elmo Lincoln jamás ocultó a nadie su nombre original. Y por cierto, su nombre completo era Otto Elmo Linkenhelt. Lo único que hizo fue dejar de usar su primer nombre -algo que hacen inclusive muchos mexicanos como la cantante Thalía que no se llama realmente Thalía y que tienen dos o más nombres para fines publicitarios artísticos- americanizando al mismo tiempo un poco su apellido paterno, lo cual para Ford era motivo de grandes sospechas.)

El dueño de una gran tienda departamental nació con el nombre Levy. Es conocido ahora como Lytton. Es posible que no le haya gustado el nombre de Levy; pero ¿por qué no lo cambió por otro nombre judío? O quizá era lo judío de Levy lo que le disgustaba. (Ford no dá nombre alguno para tal tienda departamental, motivo por el cual hay que tomar esto como otro ejemplo hipotético basado en un personaje ficticio.)

Un artista tenor popular recientemente entabló un juicio en contra de su esposa, la cual se casó con él después de permitirle creer que era de origen Hispano. “Yo entendía de su engañoso nombre artístico que ella era Española cuando me casé con ella. Después yo descubrí que era judía y que su nombre verdadero era Bergenstein”. (De nueva cuenta, por no dar más detalles concretos sobre el tal "artista tenor popular", se dá por hecho que este es otro ejemplo usando personajes ficticios que nunca existieron.)

Una de las más grandes y mejor conocidas tiendas en los Estados Unidos se maneja bajo un respetable nombre cristiano, aunque cada uno de sus dueños es Judío. El público aún lleva una imagen mental del buen comerciante que fundó la tienda, imagen que cambiaría de inmediato si el público pudiera obtener un atisbo de sus dueños verdaderos. (Nuevamente, otro ejemplo ficticio con caracteres ficticios, al no citar ni el nombre de la tienda ni el nombre de tan solo uno de sus dueños.)

Tómese por ejemplo el nombre Belmont, y rastréese su historia. Antes del siglo 19 los Judíos residentes en Alemania no usaban nombres de familia. Era “José el hijo de Jacobo”, “Isaac ben Abraham”, el hijo designado como el hijo de su padre. Pero la era Napoleónica, especialmente después del ensamblaje del Gran Sanhedrín bajo orden de Napoleón, originó un cambio distintivo en las costumbres judías de Europa.

En 1808 Napoleon envió un decreto ordenando a todos los Judíos la adopción de nombres de familia. En Austria una lista de apellidos fué asignada a los Judíos, y si un Judío no era capaz de escoger, el estado se lo escogía. Los nombre fueron concebidos de piedras preciosas, como Rubenstein, metales preciosos, como Goldstein, Silberberg; plantas, árboles y animales, como Mandelbaum, Lilienthal, Ochs, Wolf y Loewe.

Los Judíos Alemanes crearon apellidos por el método simple de afijar la sílaba “son” al nombre del padre, haciendo así Jacobson, Isaacson, mientras que otros adoptaron los nombres de las localidades en las cuales vivieron, el Judío residente en Berlín haciéndose Berliner, y el Judío residente en Oppenheim haciéndose Oppenheimer. (Nota: esta costumbre fue practicada no sólo por judíos alemanes sino también por muchos alemanes no-judíos. Por esto mismo, identificar de inmediato a alguien que tenga un apellido como Oppenheimer como judío es una pésima idea.)

Ahora, en la región de Schoenberg, en la región del Rín Alemán, un asentamiento de Judíos había vivido por varias generaciones. Cuando la orden de adoptar apellidos entró en vigor, Isaac Simon, la cabeza del asentamiento, escogió el nombre de Schoenberg. Significa en Alemán, “monte hermoso”. Es fácilmente afrancesado hacia Belmont, que también significa hermoso monte o montaña. Un profesor de la Universidad de Columbia (Ford no cita el nombre de tal “profesor”, por lo que, de nueva cuenta, esto podría ser una más de sus invenciones) una vez trató de hacer aparecer que los Belmonts se originaron en la familia Belmontes de Portugal, pero encontró imposible armonizar su teoría con los hechos de Schoenberg. (¿?)

Es digno de nota que un Belmont se convirtió en un agente Americano de los Rothschilds, y que el nombre de Rothschild es derivado del escudo rojo en una casa en el barrio Judío de Frankfort-en-el-Main. El nombre original de la familia jamás ha sido divulgado. (Nota: los Rothschild, una familia de financieros y banqueros judíos europeos muy exitosos, jamás ocultaron a nadie su linaje judío. Esto es hecho público y conocido.)

El hábito Judío de cambio de nombres es responsable por el inmenso camuflaje que ha encubierto el carácter verdadero (¿?) de los eventos rusos (clara alusión a la Revolución de Octubre de 1917, la revolución bolchevique que dió fin a la monarquía Zarista, la cual tuvo lugar tres años antes de la publicación del libro de Henry Ford). Cuando Leon Bronstein se convierte en León Trotsky (León Trotszky sí era judío, pero jamás ocultó este hecho de nadie), y el Judío Apfelbaum se convierte en el “ruso” Zinoviev, y cuando el Judío Cohen se convierte en el “ruso” Volodarsky, y así sucesivamente a través de la lista de los controladores de Rusia -Goldman convirtiéndose Izgoev y Feldman convirtiéndose en Vladimirov- es un poco difícil para personas que creen que los nombres no mienten, el ver lo que está transpirando. (En estas listas de los "controladores de Rusia", elaboradas en los tiempos en los que los monarquistas de la Rusia Imperial trataban de recuperar el poder de los bolcheviques fabricando propaganda para apoyar el cuento de "la gran conspiración judía-comunista-masónica", muchos funcionarios rusos del gobierno bolchevique fueron liberalmente "judaizados" por los propagandistas que de este modo tenían esperanzas de darle alguna credibilidad a su propaganda sobre "la gran conspiración judía" y así obtener una muy generosa ayuda del exterior para poder derrocar a los bolcheviques. Nuevamente, guiarse por la "apariencia judía" de un nombre o de un apellido para "judaizar" a una persona es una pésima idea en la que incurre frecuentemente la ultraderecha, y un ejemplo de los yerros en los que se puede incurrir con tal práctica es ni más ni menos que un Nazi muy famoso de origen ruso que se llamaba Alfred Rosenberg.)

En verdad, hay cualquier cantidad de evidencia en numerosos casos de que este cambio de nombre -o la adopción de “nombre de cubierta”, es para propósitos de encubrimiento. Hay una enorme diferencia en el estado mental con el cual un cliente entra a la tienda de Isadore Levy y el estado mental en el cual entra a la tienda de Alex May. ¿Y como se sentiría de saber que Isadore Levy se pintó con el nombre de Alex May con ese estado mental en perspectiva? Cuando Rosenbluth y Schlesinger se convierte en “The American Mercantile Company”, hay justificación por la sensación de que el nombre "American" está siendo utilizado para ocultar el carácter Judío de la firma. (Nota: No ha sido posible encontrar por Internet y por ninguna parte dato alguno para corroborar que una tienda "The American Mercantile Company", propiedad de algún Alex May, haya existido alguna vez, con la excepción de una empresa con ese nombre que fabrica comida congelada pero que no pertenece a ningún Alex May. Y el apellido Schlesinger simple y sencillamente no puede ser usado para clasificar a alguien como judío, excepto en la mentalidad paranoica de la extrema derecha.)

La tendencia de Judíos para cambiar sus nombres vá mucho tiempo atrás. Había y hay una superstición de que el darle a una persona enferma otro nombre es “cambiar su suerte”, y salvarla de la mala fortuna destinada a su nombre anterior. Existe también el ejemplo Bíblico de un cambio de naturaleza seguido por un cambio de nombre, como cuando Abram se convirtió en Abraham y Jacobo se convirtió en Israel (¿?).

Ha habido bases justificables, sin embargo, para que los Judíos cambiasen sus nombres en Europa. El nacionalismo de aquél continente es, desde luego, intenso, y los Judíos son una nación internacional, dispersa entre todas las naciones, con una reputación envidiable de estar listos para explotar para los propósitos Judíos la intensidad nacionalística de los Gentiles (no-judíos). Para amainar una sospecha mantenida en contra de ellos en dondequiera que han vivido (una sospecha tan general y tan persistente como para ser explicable únicamente sobre la suposición de que estaba abundantemente justificada) los Judíos han estado prestos para adoptar los nombres y los colores de cualquier país en el que estén viviendo. No es ningún problema el cambiar una bandera, puesto que ninguna de las banderas es la insignia de Judá. Esto fué visto a lo largo de la zona de guerra; los Judíos izaron cualquier bandera que era conveniente en su momento, y la cambiaron tan seguido como lo requerían los cambiantes aires de batalla.

Un Judío polaco llamado Zuckermandle (¿otro personaje ficticio inventado por Henry Ford?), estaría ansioso por demostrar que se había desprendido de la lealtad polaca que su nombre proclamaba; y la única manera en la que podía hacerlo sería cambiando su nombre, que muy seguramente se volvería Zukor, un nombre perfectamente Húngaro. Originalmente los Zukors no eran Judíos; ahora la suposición sería que lo son. En los Estados Unidos sería casi una certeza (¿?). Tal cambio como el Sr. Zuckermandle lo haría, sin embargo, no sería con el propósito de encubrir el hecho de que es un Judío, sino sólo para encubrir el hecho de que es un Judío extranjero.

En los Estados Unidos se ha encontrado que los Judíos cambian sus nombres por tres razones: primero, por la misma razón por la que muchos extranjeros cambian sus nombres, esto es, para minimizar tanto como sea posible el “aspecto extranjero” y la dificultad en la pronunciación que muchos de esos nombres llevan consigo; segundo, para impedir el conocimiento de que Tal-y-Tal es una “tienda Judía”; tercero, por razones sociales.

El deseo de no aparecer como algo singular entre los vecinos de uno, cuando es enunciado justamente en estas palabras, pasa fácilmente como el ser un deseo natural, hasta que se lo empieza a aplicar uno mismo. Si usted se fuera de viaje a Italia, Alemania, Rusia, para vivir y hacer negocios, ¿se aplicaría usted para un cambio de nombre inmediatamente? Claro que no. Su nombre es parte de usted, y usted tiene su propia opinión de un alias. El Judío, sin embargo, tiene su propio nombre entre su propia gente, independientemente del “nombre de cubierta” con el que el mundo lo conozca, y, por lo tanto, cambia su nombre exterior con toda frialdad. Lo único parecido que tenemos a eso en Norteamérica es el cambio de los números de paga de los trabajadores conforme se mueven de un empleo a otro. John Smith puede ser Número 49 en el taller de Black y el Número 375 en el taller de White, pero siempre será John Smith. Así el Judío será Simón el hijo de Benjamín en la privacidad del círculo Judío, mientras que para el mundo él será Mortimer Alexander.

En los Estados Unidos es difícil poner en tela de duda que las razones de negocios y las razones sociales son principalmente responsables para los cambios en los nombres Judíos. La designación “Americano” es en sí muy codiciada, como puede ser vista por su uso frecuente en firmas de negocios, cuyos miembros no son Americanos en cualquier sentido que los autorice a presumir ese nombre alrededor del mundo.

Cuando Moisés es cambiado a Mortimer, y Nathan a Norton, e Isador a Irving (como por ejemplo, Irving Berlin, cuyos parientes, sin embargo, aún lo conocen como “Izzy”), el encubrimiento de la naturaleza Judía en un país en el que tanto se hace por escrito, debe ser considerado como un motivo probable. (Nota: el músico judío-norteamericano Irving Berlín, quien jamás ocultó a nadie su ascendencia judía, es mejor conocido alrededor del mundo por su composición "Blanca Navidad".)

Cuando el “Sr. Lee Jackson” es propuesto para formar parte del club no se debería de ver razón alguna, en lo que a la lectura respecta, del por qué algo inusual acerca del Sr. Jackson debería ser inferido, hasta que usted se entera de que el Sr. Jackson es realmente el Sr. Jacobs. Sucede que Jackson es el nombre de un Presidente de los Estados Unidos, nombres que son muy favorecidos entre los cambia-nombres, pero en este caso sucede que es uno de los “derivados” de un viejo nombre Judío.

La Enciclopedia Judía contiene información interesante en este asunto de derivados.

Asher es ensombrecido hacia Archer, Ansell, Asherson.

Baruch es retocado hacia Benedicto, Beniton, Bertoldo.

Benjamín se convierte en López, Seef, Wolf (esto es traducción).

David se convierte en Davis, Davison, Davies, Davidson.

Isaac se convierte en Sachs, Saxe, Sace, Seckel.

Jacobo se convierte en Jackson, Jacobi, Jacobus, Jacof, Kaplan, Kauffmann, Marchant, Merchant.

Jonah se convierte por simples cambios en Jones y José, Jonás.

Judá (el verdadero nombre Judío) se convierte en Jewell, Leo, Leon, Lionel, Lyon, Leoni, Judith.

Levi se convierte en Leopoldo, Levine, Lewis, Loewe, Low, Lowy.

Moisés se convierte en Moritz, Moss, Mortimer, Max, Mack, Moskin, Mosse.

Salomón se convierte en Salmón, Salome, Sloman, Salmuth.

Y así sucesivamente a través de la lista de Judíos “cambia-nombres” -Barnett, Barnard, Beer, Hirshcel, Mann, Mendel, Mandell, Mendelsohn, con otros que no son ni siquiera adaptaciones sino simples apropiaciones.

(Nota: La Enciclopedia Judía citada por Henry Ford, la cual vale la pena hojear así sea superficialmente, está abierta al público y se puede consultar gratuitamente a través de Internet. La sección en la cual Henry Ford "descubrió" los "verdaderos" nombres de sus "cripto-judíos" se puede repasar en cuestión de minutos gracias a Internet. Con toda seguridad los editores originales de la Enciclopedia Judía jamás se imaginaron que alguien con una mente tan torcida terminaría distorsionando de modo tan burdo los objetivos didácticos originales de la obra.)

Está el Reverendo Stephen S. Wise, como otro ejemplo. Hace resonar su recorrido a través del país de una plataforma a la otra, una maravilla en su camino, que tal pomposidad de sonido pueda transmitir tal escasez de sentido. Él es un actor, lo menos efectivo porque él ensaya una parte en la cual la sinceridad es un requisito. Este Rabino, cuyo ejercicio vocal desgasta sus otros poderes, nació en Hungría, siendo su apellido familiar Weisz. Algunas veces su nombre es germanizado a Weiss. Cuándo S.S. Weisz se convirtió S.S. Wise, no lo sabemos. Si simplemente hubiera americanizado su nombre húngaro ello le hubiera dado el nombre de White. Aparentemente, “Wise” se veía mejor. Ciertamente es mejor ser blanco que ser sabio (Nota: este es un juego de palabras usado por Ford con un claro doble sentido, la palabra inglesa "white" significa "blanco", y la palabra inglesa "wise" significa "sabio"), pero el Doctor Stephen S. es un punto fresco en la interrogante de “¿qué es lo que hay detrás de un nombre?” (En este párrafo, Ford difícilmente pudo esconder sus amplios prejuicios raciales. Y por cierto, Stephen S. Wise nunca fué un Reverendo en el sentido que se le asigna a los ministros de los cultos evangélicos y protestantes, aunque siempre fué un judío religioso.)

La lista de Judíos en la vida pública cuyos nombres no son Judíos podría ser muy larga. Louis Marshall , líder del Comité Judío Americano, por ejemplo -¿cuál podría haber sido su viejo apellido antes de que fuese cambiado por el apellido del Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia en los Estados Unidos?

El nombre del Sr. Selwyn, ahora tan conocido en las películas, era originalmente Schlesinger. (Nota: Hay dos hermanos de apellido Selwyn famosos en Hollywood por méritos propios: Edgar y Archibald. Ford no aclara en su libro a cuál de los dos se está refiriendo. Como tampoco aclara de dónde sacó su afirmación de que uno de ellos era "originalmente Schlesinger", dejando a sus lectores con una duda enorme. Pero, después de todo, si lo dijo Henry Ford, entonces debe ser cierto, debemos creerle todo lo que dice. ¿No es así?) Algunos de los Schlesingers se convirtieron en Sinclairs, pero Selwyn hizo una buena elección para alguien en su negocio. Un rabino cuyo nombre verdadero era Posnansky se convirtió en Posner (¿otro personaje ficticio inventado por Ford?) El nombre Kalen es usualmente una abreviatura de Kalensky. Una historia verdadera (¿?) es contada de un herrero del East Side cuyo nombre era muy decididamente extranjero-Judío. Es mantenido aquí bajo reserva (¿?), porque THE DEARBORN INDEPENDENT prefiere en esta conexión mencionar únicamente los nombres de aquellos que se pueden hacer cargo de sí mismos. Pero el herrero se movió a una sección no-Judía y abrió un taller nuevo bajo el nombre de Perkins, ¡y su suerte realmente cambió! Le está yendo muy bien y, siendo un hombre industrioso, honesto, se merece su prosperidad.

Se debe conceder, sin embargo, que la tendencia para etiquetar equivocadamente hombres y cosas está profundamente enraizada en el carácter Judío. Los Judíos son grandes acuñadores de frases pegajosas que no son ciertas, inventores de lemas que no mueven. Hay una considerable disminución en el poderío que desplegaban por tales métodos; su brillantez en este respecto va en picada. Esto puede ser explicado por el hecho de que hay tantos títulos de canciones a escribir para las fábricas Judías de jazz, y tanta materia “pegajosa” para descripciones en los escenarios. Su retorno es dolorosamente magro y forzado. Sin iguales en el manejo de una situación superficial como la disputa sobre la belleza de dos “estrellas” rivales, o la cantidad y la forma de repartir confetti, son los más mensos en el manejo de una situación como esa que ha aparecido en este país.

Inmediatamente después de la aparición de la Cuestión Judía en los Estados Unidos (una autoreferencia a los escritos de Ford) los Judíos revirtieron a su hábito de etiquetar equivocadamente. Una vez más iban a engañar a la gente con una frase lista. Aún están buscando tal frase. Lentamente están reconociendo que se están enfrentando a la Verdad (¿?), y la verdad no es jade “jazzy” o el lema de una película, que puede ser revestida y cambiada a voluntad.

Esta pasión para engañar a la gente con nombres es profunda y variada en su expresión. Principalmente debido a influencias Judías (¿?), le estamos dando el nombre de “liberalismo” al libertinaje. Estamos dignificando moviemientos subversivos (clara alusión de Ford a la revolución bolchevique en Rusia) con nombres que no los nombran correctamente. Estamos viviendo en una era de falsas etiquetas, cuyo peligro es reconocido por todos aquellos que observan las variadas corrientes subterráneas que se mueven a través de todos los sectores de la sociedad. El socialismo mismo ya no es lo que su nombre significa: el nombre ha sido usurpado y usado para etiquetar a la anarquía. La influencia Judaística reptando hacia dentro de la Iglesia cristiana ha mantenido las etiquetas apostólicas, pero ha destruído el contenido apostólico; el trabajo disruptivo ha continuado calladamente y sin freno, porque frecuentemente cuando la gente veía, la misma etiqueta estaba allí -del mismo modo en que el nombre del viejo comerciante permanece en la tienda que Judíos han comprado y abaratado. Así hay “reverendos” que son ambos irreverendos e irreverentes, y hay pastores que se juntan con los lobos.

Existe una regla absolutamente segura en el manejo de cualquier cosa que emane del Comité Judío Americano. No hay que confiar en la etiqueta, hay que abrir la materia. Usted encontrará que el Kehillah no es lo que pretende ser; que el sindicato laboral Judío no es lo que pretende ser, que el Sionismo es un camuflaje para algo completamente diferente; que el nombre y la naturaleza son casi siempre diferentes, lo cual es la razón por la selección de un nombre en particular. Corre a lo largo de toda la práctica Judía, y presenta otro pequeño trabajo para el reformista Judío.


Extrapolando los argumentos de Henry Ford, casi todos los Papas de la Iglesia Católica también deberían ser vistos con recelo y sospecha (¡la sociedad racista anti-judía Ku Klux Klan de hecho es también anticatólica!) puesto que, ¿acaso no es cierto que cambiaron sus nombres originales por otros nombres que no eran suyos? ¿Acaso Giuseppe Sarto no cambió su nombre por el de Pío X? ¿Acaso Annibale della Genga no cambió su nombre por el de León XII? ¿Acaso Giacomo della Chiesa no cambió su nombre por el de Benedicto XV? ¿Qué es lo que están tratando de ocultar? Muy sospechoso, muy sospechoso. Más recientemente, grupos racistas norteamericanos preocupados por el enorme influjo de mexicanos indocumentados hacen ver -correctamente- que tras la conquista casi todos los indígenas Aztecas (y no-Aztecas) cambiaron sus verdaderos nombres en Náhuatl por nombres hispanos pero sin abandonar muchas de sus costumbres ancestrales, lo que le permitiría a sus descendientes camuflajearse mejor entre los invasores europeos. Y ahora están invadiendo Norteamérica desplazando numéricamente a los anglosajones blancos. ¡He aquí la prueba de una conjura de nativos mexicanos pre-Colombinos para apoderarse de Norteamérica reconquistando los territorios que México perdió en su guerra con los Estados Unidos!

Por cierto, Porfirio Muñoz Ledo no se llama “realmente” Joshua Rabinovich Menashri, ni tiene parentesco alguno con judíos, como tampoco lo tienen millares de personajes famosos "judaizados" a su libre gusto y antojo por los propagandistas de la extrema derecha. Esto muestra lo fácil que es mentir en un asunto tan serio, y lo difícil que resulta desmentirlos cuando no presentan una sola prueba de sus afirmaciones salvo la exigencia de que se les crea ciegamente todo lo que afirman sin ponerlo jamás en tela de duda. Si algún lector no puso de inmediato en duda la afirmación que aquí se hizo sobre el supuesto origen judío de Porfirio Muñoz Ledo, entonces puede considerarse un buen candidato para engullir todos los cuentos propalados por la extrema derecha en su propaganda, puede considerarse un buen candidato para pasar a formar parte de la Organización Nacional del Yunque, para ser usado como carne de cañón.

Notoriamente ausente en el libro “El Judío Internacional” es cualquier tipo de referencia negativa a la masonería (esas fraternidades filosóficas pseudo-místicas que están cayendo en desuso en la era de Internet). Esto se debe a que Henry Ford era un masón. Esto le puede caer como sorpresa a muchos fanáticos forjados a la extrema derecha "moderna", acostumbrados a la creencia de una “gran conspiración judía comunista masónica" para apoderarse de la Tierra. Henry Ford jamás hizo crítica alguna en sus libros en todo lo referente a la masonería, ni hubiera tolerado que se hiciera crítica a la masonería, porque era un masón de los más distinguidos. Quien no lo crea, entonces debe leer “El Judío Internacional” de principio a fin. Esta es la razón por la cual Henry Ford se abstuvo de hacer mención alguna en sus escritos de una serie de libros publicados en París a partir de 1920, elaborados por un virulento sacerdote ultraconservador francés, Monsignor Ernest Jouin (1844-1932), bajo el título “Le Péril Judéo-Maçonnique” (El Peligro Judeo-Masónico), publicados por la Revue Internationale des sociétés Secretes (Revista Internacional de Sociedades Secretas) fundada por él el 23 de mayo de 1918. Ernest Jouin, a cargo de la parroquia de San Agustín en París, era un clérigo que reclamaba para sí el mérito de poseer la prodigiosa habilidad detectivesca de poder descubrir sentado frente a su escritorio con la pluma en la mano (al igual que Henry Ford) conspiraciones y conjuras de las que nadie más se había dado cuenta, ni siquiera los historiadores más prestigiados de Europa. El primer volumen de su obra está basado en el libelo anti-judío “Los Protocolos de los Sabios de Sion” y se titula precisamente “Les 'Protocols' des Sages de Sion”; con la mala suerte para Jouin de que apareció un año antes del año en el cual a través de una serie de tres artículos publicados por el Times de Londres (el 17, el 18 y el 19 de agosto de 1921) los “Protocolos” quedaron expuestos de manera contundente como el fraude literario que siempre fueron, lo cual seguramente fue un rudo golpe para Jouin, quien lejos de retractarse y pedir perdón -como el buen sacerdote cristiano que debería de haber sido- a quienes pudieran haber resultado lastimados en su honorabilidad por tales patrañas (¿no dice acaso uno de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios: “no mentirás?”; ¿no dice acaso otro de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios: “no levantarás falso testimonio contra tu prójimo?”), quizá temiendo la burla y el escarnio público optó mejor por continuar encerrado en su propio mundo de fantasía, dedicando el resto de su vida a defender lo indefendible, la supuesta autenticidad del apócrifo documento “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Por pertenecer a la masonería y por tener conocimiento de primera mano sobre cómo opera la masonería, aunque Henry Ford estuviese completamente de acuerdo con la parte anti-judía de los libelos de Monsignor Jouin, darle credibilidad alguna a la parte anti-masónica era ya demasiado inclusive para alguien como Henry Ford. Es una ironía del destino que en la literatura de la extrema derecha mexicana ambos aparezcan citados juntos en las bibliografías de su propaganda, el uno masón y el otro rabiosamente anti-masón. Y por si esto fuese poco, Theodor Fritsch, el feroz antisemita alemán arriba mencionado que tradujo “El Judío Internacional”, fundó el 15 de abril de 1911 en Alemania una logia masónica de la cual él mismo fue Gran Maestro, con la tarea de la confección de los rituales a seguir a cargo de la logia masónica de Wotan.

Si los judíos en Norteamérica realmente hubiesen tenido aunque fuese una centésima parte del enorme poderío que Henry Ford les adjudicaba en sus escritos, nunca habría podido construír su emporio industrial, lo habrían obstaculizado de mil maneras, y mucho menos habría podido allegarse de recursos para extender las redes de su emporio hacia otros países como la Alemania Nazi, simple y sencillamente no lo hubieran dejado.

Existen evidencias de que Henry Ford le proporcionó ayuda financiera a Adolfo Hitler cuando éste último apenas comenzaba a incursionar en la política. Si bien es cierto que Hitler también fue respaldado en su ascenso por prominentes empresarios alemanes tales como Alfried Krupp y Fritz Thyssen respondiendo a la campaña de miedo montada por Hitler asustándolos con el “coco” del comunismo, acusando a todos sus opositores políticos de ser un peligro para Alemania capaces de traer únicamente inflación, crisis, devaluación y desempleo (misma táctica de los Nazis que fue adoptada casi un siglo después por la Organización Nacional del Yunque en contra de Andrés Manuel López Obrador en México para garantizarle el triunfo a Felipe Calderón), la ayuda recibida de tan prominente empresario norteamericano lleva gran parte de la responsabilidad de haber instalado a Hitler en el poder. La evidencia de esta ayuda está respaldada por declaraciones hechas por Kurt Ludecke, el representante de Alemania ante los Estados Unidos en los años veinte, y Winifred Wagner, hija política de Richard Wagner, quienes afirmaron haberle solicitado ayuda a Ford para impulsar la causa del Nacional-Socialismo en Alemania. Por otra parte, el historiador Konrad Heiden, uno de los primeros biógrafos de Hitler, asienta: “El que Henry Ford, el famoso fabricante de automóviles, le haya dado dinero a los Nazis directa o indirectamente, jamás ha sido cuestionado”. Y el escritor Upton Sinclair dijo en su libro “The Flivver King”, un libro acerca de Henry Ford, que los Nazis obtuvieron 40 mil dólares de Ford para reimprimir panfletos antijudíos en traducciones al Alemán, y que 300 mil dólares adicionales le fueron enviados a Hitler a través de un nieto del ex-Kaiser que actuó como un intermediario. Por su parte, el Embajador norteamericano en Alemania, William E. Dodd, dijo en una entrevista que “ciertos industriales norteamericanos tuvieron mucho que ver en el ascenso de regímenes fascistas tanto en Alemania como en Italia”. Cuando hizo estas críticas, el público en general estaba consciente de que el Embajador Dodd estaba hablando de Henry Ford porque la misma prensa se encargó de hacer la asociación directa entre las declaraciones de Dodd y los reportes documentados sobre el anti-semitismo de Ford.

Fue tan grande la contribución de Henry Ford a la causa del Nazismo alemán, que después de que Hitler llegó al poder, no tuvo duda alguna en investirlo (el 30 de julio de 1938, al celebrar Ford su 75avo cumpleaños) con la Gran Cruz de la Orden Suprema del Aguila Alemana





, la más alta condecoración que Alemania le podía conferir a un extranjero (esta condecoración fue creada por el mismo Hitler el primero de mayo de 1937). Podemos ver en la siguiente fotografía





la ceremonia en la cual Ford está siendo investido con la medalla a manos de Karl Kapp (izquierda), el Cónsul General alemán para Cleveland, y Fritz Hailer (derecha), el Cónsul alemán para Detroit. Un mensaje con la felicitación personal de Hitler, quien tenía colgada en su oficina una fotografía de Henry Ford, cerró la ceremonia de la condecoración, según lo publica el periódico Detroit News (31 de julio, 1938). Esto ocurrió a tan solo un año de distancia de que Hitler iniciara la invasión de Polonia dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, cuando las políticas anti-judías de Hitler ya tenían varios años de haber sido implementadas. Cuando a Hitler se le preguntó acerca del retrato de Henry Ford que colgaba en su oficina, él respondió: “Yo considero a Ford como mi inspiración”. Cuando se le siguió preguntando acerca de la posibilidad de que Ford se lanzara en pos de la Presidencia de los Estados Unidos, Hitler agregó: “Yo desearía poder envíar algunas de mis tropas de asalto hacia Chicago y otras grandes ciudades norteamericanas para poder ayudar”. Y en su libro “Mein Kampf” (Mi Lucha) Hitler fué aún más lejos en sus elogios hacia Ford.

La cruda realidad es que, aún si fuese falso que Henry Ford con su generosa aportación económica ayudó al Nazismo a instalarse en el poder en Alemania, aún si no le hubiese dado a Adolfo Hitler un solo centavo, con su libro “El Judío Internacional” hizo más que suficiente para darle alas al dictador alemán convenciéndolo aún más en la fantasía sobre la existencia de un super-complot “judío masónico comunista” para apoderarse del planeta. El libro de Henry Ford, inspirado en la fabricación novelesca “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, se sumó a este último para llevar a los Nazis y al pueblo alemán al borde de la histeria y la locura, convenciéndolos en la existencia de tal complot, haciéndolos ver judíos hasta en la azotea tratando de apoderarse de todas sus pertenencias. Por mucho que se le quiera dulcificar su responsabilidad, este industrial norteamericano lleva parte de la culpa que le corresponde por la sangre derramada de millones de seres humanos en aras de una ideología capaz de llevar a gente sensata a graves conflictos en su personalidad.

Ya instalado Hitler firmemente en el poder, la empresa Ford Motor Company tuvo una participación activa en la construcción del poderío militar alemán justo antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. En 1938, se abrió una fábrica de ensamblaje en Berlín cuyo propósito era la fabricación de trocas para la Wehrmacht. La asociación entre Henry Ford y el Nazismo fue tan estrecha que la subsidiaria de Henry Ford en Alemania, Ford Werke A.G. no tuvo problema alguno en recurrir al uso de mano de obra esclava para continuar con sus redituables operaciones en plenos tiempos de guerra. Ford Werke empezó a utilizar prisioneros de guerra franceses (no-judíos, a los judíos se los llevaban a Auschwitz para matarlos) como esclavos, en abierta y descarada violación al artículo 52 de la Convención de La Haya y las provisiones de la Convención de Ginebra relativas al trato de los prisioneros de guerra.

Ya que el mismo Sr. H. Ford recurrió a los nombres de las personas para dar rienda suelta a su sospechosismo, lo menos que se puede hacer aquí es recurrir al equivalente de una de las filosofías de la técnica japonesa de artes marciales judo que consiste en utilizar en contra de un adversario sus propias fortalezas para poder vencerlo. Y lo haremos utilizando precisamente el mismo apellido Ford. Para ello, hablaremos del Sr. H. Ford. Pero no se trata del Sr. H. Ford del que hemos estado hablando arriba. Se trata de otro Sr. H. Ford.

¿Alguien ha visto alguna actuación del popular actor norteamericano Harrison Ford? Posiblemente muchos lo recuerden como Han Solo en la serie de películas La Guerra de las Galaxias. O posiblemente se le recuerde por su actuación en la serie de películas acerca del profesor universitario y arqueólogo aventurero Indiana Jones:





Pues bien, este personaje famoso que lleva la actuación en sus venas es todo un Ford. Lleva con orgullo y con la frente en alto el apellido Ford (bueno, nunca se ha distinguido por haber manifestado admiración alguna en su vida al proto-Nazi empresario norteamericano Henry Ford, y más bien parece tratar de evitar que se le ligue por relación de parentesco alguno con Henry Ford). Pero Harrison Ford no sólo lleva la actuación en sus venas. También lleva otra cosa en sus venas. Lleva sangre judía en sus venas. Harrison Ford es un judío. No es precisamente el tipo de judío que asista devotamente los Sabbath (sábado, el día de descanso judío dedicado a la oración) a alguna de las Sinagogas de la localidad en donde vive, ni tampoco se le ven muchas ganas de querer emigrar al Estado de Israel abandonando el American Way of Life. Pero de que es un judío, de eso no hay absolutamente ninguna duda, y él jamás ha negado ante nadie su ascendencia judía.

De manera que, si vamos a dejarnos llevar por el anti-académico procedimiento de cotejación histórica tomando como base únicamente los nombres y nada más que los nombres, entonces en otros tiempos, en los tiempos en los cuales Henry Ford aún vivía, estaríamos obligados a mirarlo cara a cara de frente para preguntarle sin tapujos: “Señor H. Ford: ¿es usted realmente un judío que ha renegado de sus orígenes cubriéndose con una armadura del antisemitismo más rabioso y feroz que pueda albergar el alma humana? La desmedida y exagerada ambición que usted le achaca a los judíos, ¿refleja el propio odio que siente usted mismo hacia su propia desmedida y exagerada ambición que lo llevó a construírse para sí mismo un emporio industrial con todas las intenciones del mundo de convertirlo en un monopolio para controlar a la industria automotriz norteamericana del mismo modo en que Rockefeller se convirtió en el pulpo de la Standard Oil para controlar económicamente todo lo que tuviese que ver con el petróleo? ¿Y se ha mirado usted alguna vez a sí mismo en el espejo para darse cuenta de que su rostro se asemeja físicamente al de muchos judíos norteamericanos de su misma edad? (véase la fotografía de Henry Ford puesta al principio de este documento)”. Porque si es así, entonces esto lo explica todo, absolutamente todo, lo que hizo y por qué lo hizo.

Muy sospechoso, muy sospechoso.

Y tras echarle en cara todo lo anterior a Henry Ford, haríamos exactamente lo mismo que Henry Ford hacía en sus panfletos, cuando no daba derecho alguno de réplica en su periódico. Henry Ford jamás le concedió derecho de réplica a nadie dentro del Dearborn Independent para responderle de manera documentada y precisa a sus libelos y ficciones, seguramente a sabiendas de que había material de sobra para rebatirlo y pulverizarle sus argumentos novelescos. Así, al no darle a él tampoco derecho de réplica, no estaríamos haciendo más que darle una “sopa de su propio chocolate”, una dosis de su propia medicina. No tendría razón alguna para protestar, aunque sí lo dejaríamos colgado en la cruz del sospechosismo con la que hoy en día se le puede crucificar gracias a los enormes flujos de información libre de censura que circula por la red mundial Internet.

Sustentada sobre bases que deberían de mover a la reflexión a muchos la posibilidad nada remota de que el Sr. H. Ford (Henry Ford, esto es) haya podido ser un auténtico y genuino cripto-judío que no sólo realmente lo haya sido sino que inclusive destestaba sus orígenes ancestrales al grado de aborrecer y odiar en grado extremo a los suyos propios, esto no sería algo inusual en los anales de la Historia, ya que hay otros casos similares importantes. Uno de ellos es el de Karl Marx, el cual la tomó públicamente en contra de todos los de su propia raza y religión para destilar su veneno en contra de ellos a través de su ensayo Sobre la cuestión judía (algo de lo cual no les gusta hablar mucho a los neo-Nazis de hoy en su propaganda basura en virtud de que uno de los principales pilares de su bizarra fantasía de la “gran conspiración judía masónica comunista” para el dominio de la Tierra está sustentada en el hecho de que Karl Marx era judío). Muchos historiadores conceden credibilidad a la tesis de que el mismo Tomás de Torquemada, el terrible Inquisidor al servicio de la Inquisición Española, el hombre que persiguió implacablemente con saña inaudita a otros judíos que se negaban a renegar de su fé y convertirse al catolicismo, y el cual murió viejo, paranoico, avariento y miserable, presuntamente era judío (habiendo razones fundadas para suponer que su tío, el Cardenal Juan de Torquemada, era a su vez un judío converso). Auspiciado por Torquemada, el Santo Oficio se llenó de personajes siniestros como Alonso de Espina, otro posible ex-judío converso extremista, así como Alfonso de Cartagena (definitivamente judío) que no dudó en escribir: “Si algún cristiano nuevo hay que mal use, yo seré el primero que traeré la leña en que lo quemen y daré el fuego”. Para el historiador Joseph Pérez, “el antijudaísmo militante de algunos conversos se debía a su deseo de distinguirse de los falsos cristianos mediante la severa denuncia de sus errores”. La opinión de Torquemada fue decisiva a la hora de animar a los Reyes Católicos a decretar la expulsión de los judíos no convertidos, tras la conquista de Granada en 1492, y en 1494 cuando cayó enfermo cuatro obispos fueron enviados para ayudarle en sus tareas inquisitoriales. Dos años después se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila que él mismo había fundado, y aún tuvo energías para convocar de nuevo a los Inquisidores y redactar nuevas instrucciones de funcionamiento. A su muerte, el 16 de septiembre de 1498, le sucedió en el cargo de Inquisidor General Fray Diego de Deza, pero la Inquisición ya estaba consolidada, y durante sus primeros 18 años de funesta operación le costó la vida a 2 mil personas que fueron quemadas vivas en la hoguera (según las cifras más moderadas). Todos estos personajes encuadran a la perfección en el síndrome inequívoco de aquél judío que se odia intensamente a sí mismo por el solo hechco de ser judío y que reniega de sus raíces haciendo todo lo posible por olvidarse de sus orígenes y ocultar su ancestría “empezando de nuevo”, al cual se le conoce en la literatura como un self-hating jew, no muy lejano de los casos de aquellos mexicanos que en cuanto logran arreglar su residencia permanente en los Estados Unidos reniegan de sus raíces presumiendo su Inglés y su patriotismo hacia la bandera norteamericana yéndose a pelear por su nueva patria a lugares como Iraq y Afganistán, y metiéndose inclusive a trabajar en la Patrulla Fronteriza con el fin de atornillar y poder deportar a la mayor cantidad posible de mexicanos que intentan emigrar de México al igual que como ellos lo hicieron años atrás. Varios analistas han propuesto la idea de que una de las razones del judío que se odia a sí mismo por ser judío se puede deber al hecho de que hay quienes (dependiendo del país en el que nacen) resienten el hecho de ser odiados gratuitamente por el sólo hecho de haber nacido siendo judíos, judíos que terminarían culpando por su infortunio a sus propios orígenes, un infortunio que va en contra de la razón más elemental de justicia que nos dice que toda persona debe ser evaluada en forma individual por sus propios méritos y virtudes y no por la buena o mala fama que le hayan hecho sus antecesores o aquellos con los cuales convive en una comunidad. Resta decir que si el Sr. H. Ford era un judío renegado (Henry Ford, esto es), entonces gracias a la inmensa fortuna personal que acumuló estuvo en condiciones de poder borrar sus orígenes ya sea alterando actas de nacimiento, sobornando funcionarios, o desapareciendo documentos y archivos en caso de ser necesario sin dejar rastro alguno (presumiblemente esto fue lo mismo que hizo el multimillonario Antonio Leaño Alvarez del Castillo, el rabioso antisemita ultraconservador que fundó a la ultraderechista Universidad Autónoma de Guadalajara así como a la terrible sociedad clandestina Tecos con miras a infiltrar y apoderarse por dentro del gobierno de México, lo cual lo califica potencialmente como uno más entre los self-hating jews).

Afortunadamente, Henry Ford alcanzó a vivir el tiempo suficiente para ver con sus propios ojos las fotografías y las películas mostrando las montañas de cadáveres apilados en las fosas colectivas de los campos de concentración alemanes, alcanzó a ver con sus propios ojos los hornos crematorios en donde fueron incinerados cientos de miles de seres humanos cuya única culpa fue el haber sido marcados por fabricaciones como la que brotó de la pluma de Henry Ford, alcanzó a ver la estela de muerte y destrucción que dejó sembrada en toda Europa la causa de la cual él fue uno de los principales benefactores -con las filiales de su empresa instaladas en Alemania- e instigadores -con sus escritos antijudíos-. Aunque hasta el final de sus días no parece haber mostrado arrepentimiento alguno, el saberse responsable de haber contribuído a aquellas matanzas injustificadas, de haber contribuído a ese caos de proporciones apocalípticas, hubiera sido más que suficiente para dejarlo mudo de vergüenza ante algo que ciertamente estaba fuera de sus manos remediar. Porque con toda su fortuna, con todo su poder, con todas sus influencias, ya no había absolutamente nada que Henry Ford pudiera hacer para remediar lo que él mismo había contribuído en gran parte a desencadenar. Lo único que le quedaba ya era esperar su muerte, y tras esto el juicio inescapable de Dios.

En sus últimos días, en sus últimas horas, este hombre posiblemente haya pagado el precio más alto que pueda pagar un ser humano acosado por los remordimientos de los demonios que contribuyó a desatar: su propia salud mental, aferrándose irredento por un lado a sus propias fantasías combinándolas angustiosamente con las escenas documentales que estaban llegando de los horrores que tuvieron lugar en los campos de concentración de la Alemania Nazi. Y si hay una vida después de la muerte como muchos suponen, seguramente se llevó consigo todos sus remordimientos y sus fantasías paranoicas junto con su desequilibrio emocional para seguir acosándolo quizá por toda una eternidad. ¿Se puede concebir un castigo peor que éste?

Y a un mexicano común y corriente ... ¿qué le puede interesar esta historia sobre Henry Ford, el primer Nazi norteamericano? Debería de interesarle, porque precisamente en los años sesenta cuando la Universidad Autónoma de Guadalajara, el principal centro de operaciones de un Nazismo adaptado a Latinoamérica, el principal centro de operaciones de la sociedad secreta de ultraderecha “Tecos” creadora a su vez de la Organización Nacional del Yunque, luchaba por obtener fondos económicos para salir de su mediocridad de aquél entonces con el fin de poder convertirse en un centro de reclutamiento e indoctrinamiento del cual el mismo Hitler estaría orgulloso, uno de los lugares a los cuales se dirigieron para obtener ayuda económica fue precisamente la Fundación Ford, la fundación altruista de beneficencia creada por uno de los máximos “héroes” de la extrema derecha en el continente americano. ¡Y la obtuvieron, para desgracia de México y de Latinoamérica!

¡Muchas gracias, Henry Ford!

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DOCUMENTOS CONSULTADOS:


(1) “The International Jew: The World's Foremost Problem”, Henry Ford Sr., Noviembre 1920.


(2) “Henry Ford and the Jews: The Mass Production of Hate”, Neil Baldwin, Public Affairs, Noviembre 2001.





(3) “The American Axis: Henry Ford, Charles Lindbergh, and the Rise of the Third Reich”, Max Wallace, St. Martin's Press, 29 Agosto, 2003.





(4) “The Secret War Against the Jews: How Western Espionage betrayed the Jewish People”, John Loftus y Mark Aarons, St. Martin's Griffin, Abril 1997.





(5) “Who Financed Hitler: The Secret Funding of Hitler's Rise to Power 1919-1933”, James Pool y Suzanne Pool, The Dial Press, 1978.





(6) “The Flivver King: The Story of Ford in America”, Upton Sinclari, Pasadena, Calif., 1937

(7) “While six million died”, Arthur D. Morse, Ovelook Press, 1998.





(8) “Hitler: A biography”, Konrad Heiden, Constable, Londres, 1936.